Acoso escolar: ¿Qué es y cómo prevenirlo?

La escuela actual debe ofrecer una educación de calidad promoviendo el desarrollo personal, ético, el pensamiento crítico y además brindar un entorno seguro para los estudiantes. Desgraciadamente, para algunos no se da ese ambiente adecuado y pueden sufrir exclusión y maltrato entre sus iguales.

El acoso escolar o bullying consiste en hacer daño de forma intencionada y repetida a un compañero que no está en igualdad de condiciones. Se produce un desequilibro de poder que hace que la víctima no pueda defenderse fácilmente por sí misma. Las agresiones pueden ser de diferentes tipos:
Verbales: Poner motes, amenazar, hacer burlas, hablar mal de otros, insultar, despreciar...
Físicas: Golpear, empujar, dar una patada a otro, romper o esconder las pertenencias de alguien, hacer gestos de desprecio…
Sociales: Excluir a alguien, difundir rumores, aislar, ignorar, humillar, extorsionar…
Sexuales: Molestar, hacer tocamientos sin consentimiento, hacer burlas del cuerpo, la intimidad o la orientación sexual de otro...

Las nuevas tecnologías también crean nuevas formas de acoso donde la víctima no sólo sufre durante la jornada escolar sino que el acosador puede alcanzarle cuando quiera, hasta en su casa.

El ciberacoso o cyberbullying es una agresión intencional y repetida, por parte de un grupo o un individuo, usando formas electrónicas de contacto  contra una víctima que no puede defenderse fácilmente por sí misma. Estas agresiones pueden dar en forma de:
– Mensajes desagradables.
– E-mails o llamadas acosadoras.
– Fotos hechas con el móvil y utilizadas para amenazar.
– Acoso a través de chat.
– Mensajes dañinos a través de Whatsapp, Twitter u otra red social.
– Hablar mal de alguien o colgar en internet información personal.

En situaciones de acoso los estudiantes no suelen comunicar lo que está pasando a los adultos. Además, el desequilibrio de poder crea un patrón de comportamiento dónde el agresor ejerce poder sobre la víctima y ésta se somete.
Pero no sólo están implicados el agresor y la víctima en los casos de bullying, se conocen seis tipos de implicados en este fenómeno:



Agresor, quien realiza la agresión.
Reforzador del agresor, estimula la agresión.
Ayudante del agresor, apoya al agresor.
Defensor de la víctima, ayuda a la víctima.
Ajeno, no participa de ninguna manera.
Víctima, sufre la agresión.




Por tanto, la clave para combatir el acoso escolar debe ser un programa no sólo centrado en agresor y víctima sino en el grupo. Se puede trabajar con todos ellos, valores como:

La empatía: para que reconozcan las emociones de los demás. Los agresores suelen tener poca capacidad de empatía.
La asertividad: para expresar y defender sus derechos de manera respetuosa. Es necesaria para la víctima y observadores, para que cuenten las agresiones.
El pensamiento crítico: para analizar y cuestionar la realidad plantear soluciones tomando decisiones de manera autónoma.
La evaluación de las consecuencias de sus comportamientos: teniendo en cuenta los efectos que pueden tener para sí mismos y para las demás personas tanto a corto como a largo plazo.
El uso adecuado de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC): para conocer los riesgos que tienen y cómo responder a ellos.

Para transmitir estos valores, es imprescindible la colaboración entre el centro escolar y la familia. Existen algunos factores de riesgo familiares que influyen en los comportamientos de acoso escolar, como el castigo físico, un estilo agresivo de resolución de conflictos, permisividad en el uso de la agresión, distancia emocional o la baja supervisión parental.
Está claro que la promoción de la parentalidad positiva es un elemento fundamental de prevención. Un vínculo afectivo sano con un estilo de crianza basado en el respeto y la comunicación promueve que niños y niñas sean respetuosos con los demás, que sean solidarios, que sepan establecer límites y pueden comunicar a los padres y profesores cualquier situación de acoso.

Los centros educativos en cuanto conozcan una situación de acoso, no deben minimizar la gravedad de las agresiones e intentar actuar de manera inmediata tomando medidas para proteger a la víctima. Hacer intervenciones individuales con las personas involucradas, como hemos comentado anteriormente no sólo víctimas y agresores sino también con los observadores para que rechacen actitudes y conductas negativas. Al tratarse de una situación donde hay un desequilibrio de poder entre agresor y víctima, no es aconsejable hacer mediación ni culpabilizar a los implicados ya que podría provocar resentimientos y agravar el problema.

Es importante que haya una persona de referencia a quien la víctima pueda contar los hechos y que no se le pida que cuente varias veces lo que le sucede para evitar la revictimización. Desde aprenderT intentamos transmitir esos valores en nuestros grupos de habilidades sociales y terapias individuales, fomentando una buena convivencia. Si necesitáis ayuda, acompañamiento o asesoramiento, no dudes en contactar con nosotros.


Os esperamos en:


Sally Issa
Psicóloga de aprenderT
 




Conflictos familiares: ¿Cómo se solucionan?

Un conflicto es una situación en la que se enfrentan dos o más partes con diferentes intereses u opiniones. Sufrimos conflictos en cualquier ámbito; en el social, laboral e incluso personal cuando uno mismo tiene pensamientos alternativos o contradictorios que se mantienen. Aunque tengamos una visión negativa del conflicto, es un hecho cotidiano que se da en situaciones de convivencia y de las relaciones interpersonales, por tanto, en la unidad familiar también se van a dar estas situaciones difíciles. Pero, si el conflicto forma parte de nuestras vidas ¿por qué tememos tanto enfrentarlo? 

Las disputas en la familia nos afectan mucho más que cualquier otro conflicto, son más personales debido a la cercanía y continuidad de los miembros. En la familia nos sentimos queridos, valorados, y una discusión puede romper la comunicación y hacernos daño… por lo que rechazamos los conflictos y preferimos evitarlos.

Un conflicto no es necesariamente dañino, lo importante es enfrentarlo de manera adecuada. Si somos capaces de gestionarlo correctamente puede permitirnos establecer relaciones más positivas y crecer personalmente. En el contexto familiar existen comportamientos y experiencias pasadas que influyen, los miembros cambian y puede que conflictos que se creían resueltos vuelvan a surgir en otra etapa. Por esto es necesario una buena comunicación en la resolución de los conflictos y para ello debemos: escuchar, hablar, participar y colaborar.

Escuchar. Tiene que ser una escucha activa, en la que entendemos lo que la otra persona nos dice. No interrumpimos y respetamos las opiniones de los demás. Escuchar se hace incluso a través del cuerpo, así que una postura relajada, mirar a los ojos o asentir ayudan a que la otra parte se sienta comprendida.

HablarUna comunicación asertiva, ser capaces de decir lo que pensamos y sentimos de forma clara, sin agresividad o sumisión. Esto significa hacer valer tus derechos sin necesidad de humillarte ni humillar a los demás. No debemos criticar, descalificar o enviar mensajes dobles. Con un buen tono de comunicación, cambian las actitudes y quizás el resultado, para mejor. Podemos expresar sentimientos negativos sin culpabilizar a los demás (“Me siento decepcionado” en vez de “me has decepcionado”)

ParticiparReconocer a la otra persona y darle la oportunidad de opinar. Responsabilizarse del problema y analizar las causas para comprender así el conflicto y las reacciones de cada uno. Buscar estrategias y soluciones en vez de culpabilizar a los otros. Se debe mantener una postura abierta y no centrarse sólo en el estado de la propia persona.

ColaborarExisten varias maneras de afrontar los conflictos; competir, huir, ceder, negociar… la mejor solución es la cooperación. Implica satisfacer los propios deseos y estar dispuesto a que se satisfagan también los de la otra parte. Se intenta una solución que amplíe las “ganancias” de ambas partes porque en un conflicto familiar o ganan todos o pierden todos. Hay que pensar en qué queremos, qué necesitamos y qué quiere y necesita el otro, buscar un objetivo común y pensar en todas las opciones posibles.

En ocasiones, es necesario para esa colaboración la intervención de una persona externa que no esté implicado en el conflicto, que sea neutro, esté atento a las necesidades de la familia, que respete el proceso y algo muy importante, que no imponga soluciones desde fuera. Estas características pertenecen a un mediador y su objetivo es conocer las necesidades de cada uno de los miembros. Intenta que el espacio de la mediación sea seguro y saludable para todos.



La mediación familiar es una forma de resolver los conflictos familiares con la intervención de una persona que ayuda a la familia a dialogar y alcanzar acuerdos consensuados. La tarea del mediador es replantear el problema, y ayuda a que las partes implicadas en un conflicto vean otras perspectivas. “La mediación es fortalecedora porque devuelve el poder y la responsabilidad a la propia familia.”

Como conclusión, queremos transmitir una perspectiva positiva y sacar siempre lo bueno de las situaciones difíciles y afrontarlas de forma cooperativa. Si estáis en una situación de conflicto familiar y tenéis dificultades para resolverlo, en aprenderT podemos ayudaros a poner en práctica las tácticas necesarias para solucionarlo.


Os esperamos en:


Sally Issa
Psicóloga de aprenderT